El realismo mágico de Colombia.

8:18


- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
-Toda la vida -dijo.” – García Márquez

Si la vida no es para recorrer el mundo de la mano de quien amas, no le hallo mucha gracia. Y es que, qué bonito que es viajar y qué maravilloso que es tomarse de las manos. Bajo esta consigna y con la convicción de que hay mucho por sentir afuera, mi compañero y yo hicimos mochilas una noche del pasado enero. Nuestro destino fue Colombia. El país del realismo mágico, de Gabo y de la arepa, el territorio del Caribe y del mágico Parque Tayrona.
Nuestra primera parada fue Cartagena de Indias. Una ciudad turística que alberga la modernidad en uno de sus brazos, pero que sigue preservando la historia en su corazón. Y no es poesía, ni metáfora, Cartagena tiene aún un centro histórico amurallado donde conserva fachadas de la época colonial, calles empedradas con trabajo esclavo, cañones de defensa contra invasiones de piratas y un Castillo Militar. Es una experiencia increíble recorrerla.
Al ser un punto turístico estratégico, Cartagena está repleta de alternativas. Hay para todos los ritmos. Nosotros alquilamos una bicicleta tándem y nos dimos unas vueltitas por las calles coloridas. Tiene infinidad de cafés, restaurantes, boliches y tiendas. Algo bien tradicional es la chiva rumbera. Un “bus discoteca” que recorre la ciudad con música a full mientras los pasajeros bailan y cantan. Con respecto a la gastronomía, una explosión de variedad. Todos los días comíamos algo nuevo, no necesariamente colombiano, ya que ante tantas opciones, no nos pudimos resistir al ceviche peruano acompañado de un pisco con locoto ni a una pizza con queso mozarella de búfala. Opciones sobran, sin lugar a dudas.
Si bien la playa que tiene Cartagena no es de las más lindas, muy cerquita hay opciones paradisíacas. Las Islas del Rosario están a media hora en lancha rápida y valen completamente el recorrido. Hay en una de ellas, un Oceanario que tiene shows de delfines, tortugas y tiburones. Más allá está Playa Blanca, un poema de dios en el Caribe, arena blanquísima y olas suavitas. Ahí se puede pasar la noche en hamacas o acampando. Es una propuesta a desconectarse del mundo para conectarse al cielo. Vale la pena.Como segundo destino visitamos Santa Marta, otra ciudad del Caribe a cuatro horas de Cartagena. Mucho más pequeñita y con menos movida turística que la primera. Santa Marta posee un centro histórico turístico que despierta sólo por las noches, es la ciudad de las playas y se encuentra muy cerca al Parque Tayrona. Queriendo descubrirla nos subimos a un colectivo que nos dejó en Taganga, un pueblito de pescadores abrazado por Playa Grande, una fusión de cerro y mar Caribe. Alrededor hay una infinidad de playas pequeñitas que tienen agua cristalina y preciosos corales. Deleite total que se puede recorrer a pie.
Para finalizar nuestra estadía en Santa Marta, visitamos el Parque Tayrona. Nos metimos en la selva para descubrir luego de 20 km de caminata, los más hermosos rituales del mar. Una arena que besa dulcemente los pies de los visitantes y una brisa que susurra paz. El Parque Tayrona es uno de las reservas más importantes del país por su diversidad de flora y fauna, pero además, porque aún viven y cuidan de él, indígenas tayronas.
Luego de bañarnos de sol, playa e historia, volamos hacia Bogotá para tomar un avión que nos devuelva a casa. Y a pesar de haber estado sólo un día en la capital, nos quedamos enamorados de la ciudad verde y gigante que tiene infinidad de museos. Queda a la espera un recorrido más minucioso por la fría Bogotá.
Tras esta experiencia por el norte colombiano, me atrevo a afirmar que Colombia es un destino obligatorio, sus paisajes, su gente y su historia hacen posible ese realismo mágico que en realidad es un mágico realismo.



Redacción y fotografía:Carolina Méndez Valencia.
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1 comentarios

  1. Preciosa cita de García Márquez y precioso post, ojalá algún día pueda ir allí

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